lunes, 18 de febrero de 2013

Lo peor que nos puede pasar

Saludos mis estimados y estimadas anarquistas sin tonterías,

os escribo con el deseo de transmitiros ánimos en vuestros lances cotidianos. Quiero recordaros que lo peor que nos puede pasar no es vernos obligados a enfrentar la soledad o la deriva sin rumbo sino ser incapaces de enfrentarnos a tales cosas sin el coraje, la alegría y la temeridad de un fiero guerrero bárbaro.

Eso es todo,

viva la Anarquía Sin Tonterías,
alabado sea el trono sangriento de Crom.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Disertación bárbara sobre el amor

Saludos estimados anarquistas sin tonterías,

largo tiempo ha pasado desde que os escribí por última vez, y espero que no me hayáis olvidado. Algunas desaveniencias con la Reina de la Costa Negra Bêlit, un tanto celosa a causa de la presencia de la feroz diablesa hirkania Red Sonja en nuestra última aventura, y de nuestros mutuos intercambios de alabanzas a las dotes guerreras del otro (más allá de tales cortesías no llegaríamos a nada, pero eso a Bêlit le trae sin cuidado), me han hecho reflexionar sobre el peliagudo tema del amor.

Tanto mi propia experiencia en la materia como la de quienes han tenido la gentileza de compartir sus anécdotas conmigo (algunas del todo incomprensibles para mí), normalmente entre jarras de vino y tapas de aceitunas partías (pues es de rigor tratar los asuntos románticos según merecen), me han llevado a la conclusión de que existen generalmente dos tipos de persona en cuanto a la actitud con que enfrentan la problemática amorosa, con ninguna de las cuales yo me identifico demasiado, pero son, a saber, la idealista y la pragmática.

La primera apunta a lo perfecto, según lo marca, claro, su ideal previo (existen muchos pero todos tienen en común pretender un mundo donde se puede tener lo agradable sin lo desagradable, el placer sin el dolor, la alegría sin la tristeza), el cual le dicta aquello con lo que no puede transigir, y sufre de terribles dolores de cabeza a razón de sus propios fallos e incoherencias. Parece efectivamente complicado exigirse a uno mismo lo mismo que uno exige a los demás, de modo que ante el error propio solo cabe la culpa o la auto-indulgencia. Ambas me desagradan. Ni me gusta sentirme culpable por lo que hago, ni me interesa volverme blando y acabar justificando un acto que mi consciencia considera reprobable por evitarme molestias. Además, ve sexismo y desequilibrio de poder en todas partes, lo que en el mejor de los casos interpreta como el efecto en la vida cotidiana de estructuras socioculturales nefastas —ello puede conducir, desesperación mediante, al transfuguismo, al no hallarse solución respecto de tal desbarajuste—, y en el peor de los casos como consecuencia directa de su propia incapacidad de superar el condicionamiento impuesto —cosa que también podría conducir al transfuguismo en un momento especialmente derrotista
—. Ninguno de mis conocidos idealistas se salva de los ortopédicos dilemas que le supone su postura.

El segundo tipo de persona, el pragmático, ha acogido con aceptación, o incluso con resignación, un modelo relacional preconfigurado y probado de antemano, que da resultados tangibles aunque no necesariamente boyantes. Se conforma con lo que hay, aún cuando trate de dignificarlo. Procede en ocasiones, como hemos visto, del sector idealista, que no obstante ha abandonado en pos de abrazar un modus vivendi que le provoque menos disgustos. Estar en contra de algo acaba pasando factura antes o después.

El tipo pragmático se subdivide, a su vez, en básicamente otras dos subclases: el honesto y el mentiroso. Mientras que el primero trata de ajustarse al funcionamiento elegido con honradez, a pesar del aburrimiento que frecuentemente supone, el segundo es un hipócrita que exige pero no aporta, que pide pero no concede, que se lo pasa teta creyéndose muy listo entre engaño y engaño, olvidándose del aislamiento absoluto al que lo condena su doble moral, perdiendo toda oportunidad de ser amado pues, al no poder mostrarse tal cual es, nadie lo conoce ni puede apreciarlo en gran medida. Es un jinete desorientado y sin caballo, que habiéndose desviado del camino a casa, ha renunciado a toda búsqueda de sentido y ahora vaga sin rumbo ni propósito por tierras frías e inhóspitas.

Si los pragmáticos, en general, perciben el sexismo y lo ignoran o no sabrían verlo ni aunque se lo plantaran frente a las narices colgando de un palo y hediendo a muerto de hace dos semanas, es una cuestión que permanecerá sin resolver. Pero de que lo reproducen sin mácula una y otra vez a lo largo de sus vidas, no me cabe la menor duda. Si existe alternativa, ellos no la conocen.

En cuanto a mí, en fin, soy un bárbaro. Me hallo en perfecta sintonía con mis instintos animales, que son en quienes confío, y aunque no podría describirme como idealista, tampoco diría que soy pragmático. Más bien estudio a ese conjunto de alocadas pasiones, contradicciones, logros y derrotas que es cada una de las furias de quienes me enamoro, y actúo según lo creo conveniente, sin mentiras pero también sin revelar jamás mis deseos de cambio, influyendo, eso claro, en el devenir de los acontecimientos según me lo permiten las circunstancias, sin estancarme ni tampoco forzar la máquina.Y es que quizá lo que me sucede es que tengo fuertes tanto el lado idealista, como el pragmático.

Por ahora, esto es todo lo que tenía que decir, con lo que espero satisfacer vuestras ansias de conocimiento, mis más queridos guerreros y guerreras,

hasta la próxima, y recordad

¡viva la Anarquía Sin Tonterías!,
y alabado sea el trono sangriento de Crom.